Comentario
Capítulo XCIII
De lo que le sucedió al capitán Alonso de Alvarado en su conquista de los Chachapoyas
Como se juntó Samaniego con Alvarado, como supo lo pasado y que los naturales de aquellas serranías estaban endurecidos en no querer paz, por hacer lo que era obligado a los cristianos, les envió mensajeros, amonestándoles, ni sus casas desamparasen, ni dejasen de sembrar sus campos por saber su estada en la tierra: que era para provecho suyo y de sus ánimas, y no daño. No bastó estos dichos ni otros para que hiciesen lo que él deseaba, que fue causa que determinó de con todo el real irlos a buscar. Mandó luego Alonso Camacho que con veinte españoles fuese descubriendo el campo y mirando si el camino estaba seguro. Caminaron por la halda de una montaña hasta llegar a un lugar despoblado, de donde, habiendo andado poco más de legua y media, dieron en campaña, mas lleno el camino de unas piedras agudas, que llaman ceborucos, peligrosas para los caballos y más para los hombres que van a pie.
Los naturales de aquella región por donde Alvarado iba descubriendo, bien sabían su venida y cuántos caballos y cristianos eran, y habíanse juntado muchos con sus capitanes y mandones, habiendo puesto primero sus mujeres y haciendas en cobro, trataron lo que les sería más sano hacer; determinaron de ofrecer fingida paz a los cristianos para descuidarlos que viniesen, sin recelo, donde, saliendo ellos con tropel, los pudiesen matar. Con este dolo fueron cinco o seis indios con algunas ovejas adonde venía Alvarado y le dijeron que: por reverencia de Dios tuviesen de ellos misericordia para no darles guerra ni que las ballestas lanzasen jaras, con la velocidad que ellos sabían, en sus cuerpos, porque querían paz, y así la demandaban en nombre de todos. Alvarado les respondió bien, loando tan buen propósito. Volvieron los indios a dar cuenta de lo que habían hecho. Los cristianos marchaban sin parar; cuando llegaron donde los aguardaban, salieron con tanta grita, y ruido tan temeroso, que parecía vocería de demonios; tiraron algunos tiros, los nuestros: se pusieron en orden, ni turbados ni espantados de lo que veían; hirieron y mataron muchos enemigos, apretándolos en tanta manera, que aunque para cada cristiano había más de ciento y cincuenta indios, no los osaron más aguardar, antes comenzaron de huir con mucha pusilanimidad. Iba un español llamado Prado en seguimiento del capitán; un indio le tiró un tiro de piedra con tanta fuerza, que sin aprovechar el casquete y morrión que llevaba, acertándolo en la cabeza, le derribó del caballo los sesos de fuera. Luis Varela se vio en peligro, porque se halló solo cercado de indios; encomendóse a Dios, con cuyo favor milagrosamente se defendió de ellos, hasta que acertó a venir algunos compañeros que le dieron favor, habiendo muerto siete indios cuando le tenían cercado.
Los indios que escaparon de la guazabara con los que más se juntaron, trataron mucho sobre lo que les convenía hacer para estar seguros de no morir todos ellos; no sabían cuál consejo les sería más saludable. Estaba entre ellos un señor, el más principal, a quien llamaban Guayamanil; éste les dijo que era locura querer mantenerse en guerra con hombres a quien claramente veían ser favorecidos del sol, y que determinaba de ir a les ganar la voluntad y estar en su gracia. Algunos les pesó cuando esto le oyeron; otros lo loaron; y dejando sus buenas mantas, se puso unas viles, y con una mujer vieja fue al real de los nuestros, donde habló con Alvarado sobre lo que se ha dicho. Recibiólo bien, y así prometió de lo tratar. Guaman, que era otro señor enemigo de éste, osadamente confiado en la amistad de los españoles, le habló a éste con grande enojo y amenaza; Alvarado lo maltrajo por ello, afirmando que guardaría la paz a los que viniesen, aunque hubiesen hecho guerra y muerto a cristianos. Pasado esto, habló Alvarado a este señor rogándole procurase con los señores y principales de la provincia de Chillano y de los otros valles que viniesen a la buena amistad con los españoles; prometió de los hacer venir y así lo cumplió, provocándoles a ello con palabras que les envió; y como llegaron a la presencia del capitán, los recibió bien. Supo de ellos mismos cómo el movedor de la liga era uno que estaba entre ellos llamado Guandamulos, el cual era tirano y muy embaidor; y de consentimiento de todos fue preso y muerto por justicia.
Comenzaron dende adelante a venir muchos indios sin armas a servir a los nuestros. Supo Alvarado cómo cerca de allí estaba un valle muy poblado llamado Baguan. Mandó el capitán a un Francisco Hernández que con algunos españoles fuese a ver lo que era, y como volvió con razón de ello, Alvarado salió de aquel lugar y anduvo descubriendo Por aquellas partes los pueblos y ríos que había, procurando de atraer a los naturales a la amistad de los españoles, estorbando lo más que podía que no se hiciesen robos ni daños notables; y así, entre los capitanes que loan haberlo hecho razonablemente con los indios, lo ponen a él en la delantera.
Y como anduviese en esta conquista, allegó a un río grande que corría al septentrión. De la otra parte había muchos indios puestos en arma; envióles mensajeros persuadiéndoles con la paz; no quisieron sino guerra; mandó Alvarado hacer balsas para pasar el río; fueron hechas diligentemente, porque los españoles de acá son para mucho; y como fuese el río con furia, llevóse una de las balsas, pasando peligro los que iban en ella por el río. Fue Pedro de Samaniego con algunos españoles, para dar que hacer a los enemigos por todas partes; llegó cerca de un pequeño río que corría por el valle a un pueblo que después nombraron "de la Cruz", donde había cantidad de gente de los naturales, de guerra, lo cuales, como vieron a los españoles tan cerca de sí, tirando muchos tiros de honda y de dardo, con gran grita que dieron, sin osar aguardar, se fueron río abajo. Los españoles robaron el pueblo con intención de volver a se juntar con el capitán. Los naturales, como tuviesen lengua de sus vecinos que los que con los cristianos formaban amistad y alianza los trataban amigablemente y, a los que no, guerreaban hasta los destruir totalmente, determinaron de salir de paz, y así lo hicieron, porque los principales de ellos fueron a hablar Alvarado, y los recibió como solía hacer a los que querían ser amigos de los cristianos: hacíalos entender a todos, cómo en acabando de descubrir las provincias enteramente, había de fundar un pueblo de cristianos, que fuese como el Cuzco o Lima, o San Miguel, adonde todos habían de acudir a servir a los cristianos; entre quien se habían de repartir los pueblos y caciques que hubiese. Y como esto hubo pasado, Alvarado movió de allí para el pueblo que dije llamarse "de la Cruz", donde Samaniego allegó, y aquel día llegó a dormir enfrente de él con todo el real, sin llegar, sino fueron algunos, al lugar, y pasando el río, vino una tormenta de truenos y granizo que nunca tal habían visto. Llegado al pueblo el capitán, se aposentó y supo como había algunos indios de los de aquella comarca, que no venían como los demás habían hecho a se ver con él; salieron algunos caballos; hallaron que era verdad, mas estaba en el río en medio, que era causa que no les podían hacer mal ninguno; los amigos les talaban los campos, destruyendo las sementeras, de lo cual pesó mucho al capitán, y envió mensajeros al señor de aquellos indios, para que quisiese ser su amigo. Respondió que le enviase una espada, porque quería ver con qué armas peleaban los cristianos. Envióle Alvarado con un indio una espada que tenía el pomo de plata. Holgóse como la vido; determinó de salir de paz a los cristianos, enviando primero un presente de plumas y unas mantas al capitán, y acompañado de algunos indios fue a verse con él, y le honró mucho, esforzándolo en que tuviese buen corazón con los cristianos.